Sonó el timbre al otro lado del pasillo. Era él. Entró precipitadamente y me besó. Puso sus manos frías en mis muñecas y me condujo hacia la cama. Era tal la costumbre que no me indignó su atrevimiento.Se dispuso a desabrocharme los botones superiores de la camisa de seda que me regaló mi abuela -que en paz descanse-, esa que tanto me encantaba.
Su intento fue en vano. Desgarró la tela, yo me quedé sin camisa. No se lo discutí, reprimí el llanto mientras le quitaba el cinturón y le bajaba los pantalones.
En un par de minutos estábamos los dos, acostados, ya desnudos. Me besaba dulcemente y acto seguido sus labios se dejaban caer por mi cuello.Él estaba deseoso, por lo que, sin más reparos, empezamos a follar. Sin duda, era fantástico, pero... yo seguía pensando en la camisa deshilachada todavía postrada en el suelo.
Se corrió.
- ¿Quieres un cigarro?- me dijo entre hondas respiraciones.
- Quiero una camisa nueva.- susurré para mí.